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ANAÏS NIN NARRA SU VISITA A JEAN VARDA EN 1947

"Fui a ver a Varda en Monterrey. Viven en una casa que antes había sido cuadra. La casa, de techo alto, está bien proporcionada y coronada por una torrecita sobre la cual ondea al viento una bandera que el mismo Varda confeccionó.

El decía que los hombres apreciaban más a los caballos que a sus semejantes, y por esto las cuadras eran grandes, espaciosas y construidas con más nobleza.
Yo contemplaba sus ojos sonrientes, su cálida voz, su perfil de pájaro y su cuerpo robusto, mientras estaba de pie apoyado en la puerta. Es un constructor que se ha construido su propia casa. Busca entre los escombros maderas y muebles viejos que transformará milagrosamente. Construyó la chimenea de ladrillos en medio de la habitación, como en las casa de los campesinos de Mallorca. El humo sale por un largo tiro que atraviesa el techo. Sus "collages" decoraban las paredes. Es una fiesta de colores y texturas. Sirve la comida en grandes fuentes de madera, como si fueran a comer gigantes, y utiliza gigantescas cucharas también de madera. Una escalera conduce a la torrecilla. Me hubiera gustado dormir allá, con las cuatro pequeñas ventanas abiertas como en un mirador oriental, sobre un colchón, aunque estuviese tirado en el suelo.

Jean Varda es el único artista moderno que crea, no sólo cuentos de hadas afables para niños, sino cuentos aptos para el artista. El placer y la alegría de los colores, las sorpresas de las formas, los contornos y la constante ebullición de la imaginación. Todo lo que sale sus manos es transformado en arte, aunque se trate de una ensalada, un cubrecama, una funda de almohada, una cortina, un candelabro, una vela o un libro. Todo lleva su firma. Creó su propio mundo. Diseñó vestidos y joyas para sus amantes. Era un incansable narrador de cuentos mágicos. Su voz y su sonrisa creaban alegría. No esperaba más que placer. Sólo abría la puerta al placer.
Comimos y charlamos. La noche se nos echó encima. Encendió un gran fuego y cocinó algo, mientras nosotros estábamos sentados a su alrededor.

Llamaron a la puerta. Eran los titiriteros que habían venido a Monterrey y que querían ver a Varda. Entraron. Parecían trovadores de la Edad Media. Estaban cansados por el viaje. Llevaban títeres en sacos de patatas. Cenaron con nosotros y nos ofrecieron un espectáculo. No había más luz que el resplandor de las llamas que hacía que las sombras danzaran. Los títeres se movían alrededor de la chimenea de ladrillo. Pensé en Varda y en su vida, en su estilo de vida tan bello. Sin dinero, todo lo creó con sus manos e imaginación. Pensé en el artista griego, cuya cualidad dominante es el sentido del humor y la creación de una belleza mágica. Los catálogos de los objetos que han exhibido son una parodia al tono antiguo que usan los críticos contemporáneos. Yo debería visitar Esmirna, su lugar de nacimiento. Fue educado en Atenas y justamente antes de la Segunda Guerra Mundial se estableció en Francia, en Cassis, un pueblecito del mediterráneo. Su domicilio era una casa en ruinas, una mansión de veinte habitaciones que estaba siempre repleta de artistas famélicos, y donde a menudo recibía las visitas de Picasso, Braque y Miró. En 1939 marchó a Nueva York para asistir a una exposición de sus obras y finalmente se estableció en California. A preguntarle cuál era su domicilio, él respondió "El mundo." Su dirección: "The Arts Club."

 

Sus collages tienen un esplendor oriental; utiliza colores brillantes y están fabricados con retales de tela o papel y trozos de espejo. Sobre una base contrachapada compone elementos de distintas formas. A primera vista parece una pintura abstracta, pero luego distinguimos la silueta de una mujer, un árbol, una casa, un castillo, una iglesia y una calle.

Sobre el conjunto domina un solo color perro con infinitas variaciones que emergen de él.
Me dijo: -Nueva York es una ciudad de descontentos. Me alegro que hayas venido al encanto de California.
Sus collages llevan títulos deliciosos: "Flowers Trapped in a Labyrinth" (Flores atrapadas en un laberinto); "Spiral Woman" (Mujer espiral); "La Femme-Etoilique" (La mujer de las estrellas); "Machine for Propagating Nihilism" (La máquina que propaga el nihilismo); "When the Woman Rises in the Landscape" (Cuando la mujer se erige en el paisaje); "Woman Signalling Under the Moon" (Mujeres haciendo señales bajo la luna); "Aztec Ping-Pong Table" (Mesa de ping-pong azteca); "As Still as Life Can Be" (Naturaleza muerta hasta donde es posible); "Women are Mainly Frugivorous" (Las mujeres son primordialmente frugívoras); "Complete Manual of a Seamstress" (Manual completo de una costurera); "Still Life Resigned To Stillness" (Naturaleza muerta resignada al inmovilismo); "Nature Morte, Morte de Mort Violente" (Naturaleza muerta, muerta violentamente); "Still Life in an Advanced State of Crystallization" (Naturaleza muerta en avanzado estado de cristalización).

Nos libera del poder del realismo, de la falta de pasión y espíritu de otros pintores. Realiza la función primordial del artista, que consiste en transformar la fealdad en belleza. Le imagino visitando los vertederos de basura de una ciudad cualquiera, en busca de maderas, barcas abandonadas, muebles viejos; le imagino recogiéndolos y llevándolos a su casa para darles una nueva forma y color y transformarlos en objetos de arte bizantino.

En el granero, amontonaba chatarra, delgadas tablas de madera arrastradas por las olas a la orilla, arena y piedras. Con cristales viejos, construyó en un muro una ventana que da al norte; cimentó un suelo; utilizaba los canales por donde baja el trigo como estanterías; el pesebre, para guardas sus utensilios. Construyó sillas, cubrecamas, e ideó los vestidos de virginia, su esposa. Construyó un bar colocando una placa de mármol de color marrón sobre un zócalo de botellas vacías cimentadas conjuntamente. Fabricó máscaras con trozos de madera. Creó a Febe, un maniquí del tamaño de un niño; las mangas de su vestido parecen alas y tiene una pierna pintada de color azul y otra de rojo. Su vestido está bordado de estrellas hechas con papel de plata y lleva un turbante rosa en sus cabellos de paja. Está colgado en el techo mediante una polea y parece un ángel que revolotea. Para Varda, el arte es una expresión de la alegría. Viste los mismos colores que utiliza en sus pinturas: pantalones rosa, jersey rosa, verde o violeta.

Su rostro es rubicundo, de hombre que vive en la naturaleza y ama el vino tinto. Su cocina es tan buena como el resto de las cosas que posee.
Sus collages de oro eclipsaban el sol; sus azules, el mar; sus verdes, las plantas. Los azules laminados hacían palidecer los reflejos del océano. Sus verdes intensos vibraban y hacían que sus plantas parecieran muertas.

Con trocitos de algodón y seda, con cola y tijeras vestía a sus radiantes mujeres. Sus colores respiraban como la carne, y las líneas vibraban como los nervios.
En su paisaje de alegría, las mujeres se convertían en flores con estambres, y las flores, en mujeres. Eran tan fragantes como si las hubiera pintado con tomillo, azafrán o curry. Eran translúcidas, aéreas y llevaban sus ciudades de las Mil y una Noches como bufandas nebulosas alrededor de su cuello de resina acrílica.
A veces llevaban máscaras como las bellezas venecianas en las mascaradas. Llevaban collares de meteoritos solares y pendientes que cantaban como pájaros. Pétalos de terciopelo cubrían sus senos y tenían mirada penetrante. Los tonos naranja sonaban como las notas una flauta. El color carmesí oscuro emitía el sonido de campanas. El azul palpitaba como la noche.

Recortadas por sus tijeras, sus mujeres se convertía en flores, plantas y conchas.
Cortaba todos los tejidos legendarios del mundo -el damasco de los Médicis, el blanco nacarado de las túnicas griegas, la mezcla oro y azul de los brocados venecianos, la lana de color azul noche del Perú, los tonos arena de los algodones africanos, los percales del a India- para dar vida a una mujeres que sólo aparecen en los sueños de los hombres. Sus mujeres se convertían en cometas arrastrando largas colas de nebulosa. Seres errantes del sistema solar. El conseguía la gama plateada la respiración de las sirenas, el rosa concha de los lóbulos de sus orejas, corolas y pistilos ligeros como alas.

Los adosaba a las fachadas de tiendas de campaña. Se podían fijar o plegar en un momento. Así que, con toda facilidad, se podían poner o quitar cuando se quisiera.
-Nada perdura -dijo Varda-, a menos que se haya transformado primero en un mito.
A menudo, habla del paraíso. Permanece siempre en estado de gracia con el amor y la alegría.

Extrae de su experiencia el elixir de la vida y lo afrodisíaco del deseo.
No perdía tiempo lamentándose por lo que desaparecía y se marchitaba. Disimulaba sus penas. Solamente una vez me dijo:
-Necesito el mar. Si no pudiera desplegar las velas, sin duda me volvería loco."

Anaïs Nin,

Diario IV (1944-1947) Edición de Gunther Stuhlmann -Editorial Bruguera - Libro Amigo- 1ra. Edición, 1981 - Barcelona, España. Pág. 273-277.

"Aprendí de él el crear de la nada. Aprendí de Varda, cómo hacer collages con pedacitos de paño... Varda también buscó chatarra, y de los barcos desechados se hizo un barco de vela griego hermoso. Ésta energía de crear de la nada es lo que necesitamos para repararnos a nosotros... ser capaces de crear algo fuera de la arcilla, fuera del cristal, fuera de pedacitos de material, fuera de la chatarra, fuera cualquier cosa, es la prueba de la creatividad del hombre y de la magia del arte.."-

(Extraído de A WOMAN SPEAKS: the lectures, seminars and interviews of Anais Nin: Anais Nin. Editado por Evelyn J. Hinz en Octubre de 1993. Ohio University Press. Pág. 185)

En 1964 los collages de Varda ilustraron la cubierta de un libro de Anais Nin, llamado "Collages."

 
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